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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

¿PERO DÓNDE ESTÁN?

Edward Teller, Emil Konopinski y Herbert York dejaron de consultar el menú del restaurante y rieron a carcajadas: Enrico Fermi, abandonando un abstraído mutismo de varios minutos, había dicho, repentinamente, en voz alta "pero ¿dónde está todo el mundo?". Era el verano boreal de 1950, era el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México, y los físicos ya no discutían cómo producir una bomba atómica, que era algo que ya habían hecho cinco años antes bajo la dirección de Robert Oppenheimer, sino cómo era posible que, siendo el cosmos tan inimaginablemente vasto y el pasado un abismo de eones, la especie humana estuviera hablando sola en vez de tropezarse con una, cien, mil, millones de civilizaciones extraterrestres. En este artículo revisaremos las respuestas a esa muy famosa pregunta.

 

"Estas desorientado y no sabés
qué trole hay que tomar para seguir.
Y en ese desencuentro con la fe
querés cruzar el mar y no podés".
Desencuentro, Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, 1962.

 

La llamada paradoja de Fermi expresa un conflicto entre el argumento de que la casi inconcebible escala temporal y espacial del universo maximizaría hasta la mínima probabilidad de aparición de civilizaciones tecnológicas, con lo que poco menos que deberíamos chocarnos con seres extraterrestres en cada esquina de cada ciudad de la Tierra, y la total ausencia de evidencia de que tales civilizaciones siquiera existan o hayan existido.
La cuestión central de esta paradoja fue hasta formalizada matemáticamente mediante la llamada ecuación de Drake, por su autor Frank Drake. Su exposición verbal es muy sencilla: parte de la constatación de que en nuestra galaxia hay miles de millones de estrellas similares al Sol. Es altamente probable que planetas similares a la Tierra orbiten al menos algunas de ellas dentro de sus zonas habitables, donde las temperaturas permiten la existencia de agua líquida y la aparición de formas de vida. Algunas de las estrellas son mucho más antiguas que el Sol, por lo que estas hipotéticas formas de vida podrían haber tenido mucho tiempo para evolucionar y dar paso a seres inteligentes, y hasta a civilizaciones tecnológicas con la capacidad de viajar por el espacio interestelar. ¿Cuántas de ellas existen hoy? La exposición corriente de la paradoja de Fermi le agrega un matiz dramático a esa pregunta: incluso a la risible velocidad de nuestras actuales sondas exploradoras, la Vía Láctea podría recorrerse completamente en unos pocos millones de años. ¿Por qué no hemos sido visitados ya, incluso varias veces?
El problema que plantea resolver la ecuación de Drake es que las estimaciones necesarias son muy difíciles de hacer, en especial aquellas para las que el único ejemplo que conocemos es la Tierra e incluso ignoramos con plenitud sus mecanismos, como el de la aparición de la vida a partir de la materia inerte, o abiogénesis. ¡Ni hablar de la probabilidad del desarrollo de vida inteligente o de civilizaciones que exploren el universo! Lo mejor que se puede hacer es intentar aproximaciones fundadas más o menos razonables, pero ninguna de ellas cuenta con aceptación generalizada.
La primera reunión científica sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre tuvo lugar en 1961 en Green Bank, Virginia Occidental. Sus diez asistentes, entre los que estuvieron el citado Drake y Carl Sagan, llegaron a la conclusión de que en la Vía Láctea había en ese momento entre mil y cien millones de civilizaciones capaces de comunicarse con los humanos. El rango de la estimación da una idea de los problemas que se enfrentan.
En 1975, el astrónomo Michael H. Hart escribió que la ausencia de detección de sondas extraterrestres autorreplicantes, como las propuestas por John von Neumann, es una evidencia contraria a la existencia de vida inteligente fuera del Sistema Solar. Supuso astronaves que viajaran a 1/10 de la velocidad de la luz, un paso verdaderamente modesto pero al que estamos muy lejos de alcanzar. Al arribar a un planeta propicio, esas astronaves procesarían los materiales que allí encontraran para construir nuevas astronaves que se dirigieran a nuevos objetivos estelares. Hart estimó que, de este modo, una civilización podría explorar enteramente nuestra galaxia en aproximadamente 650 mil años, un tiempo irrelevante en relación con la edad estimada del universo, de 13700 millones de años. El punto débil de esta idea es lógico: la ausencia de evidencia nunca puede ser evidencia de ausencia. Unos años después Frank Tipler retomó la hipótesis e hizo sus propios aportes.
En 1981, Sagan y William Newman publicaron una respuesta a Hart y a Tipler. Mientras que Hart supuso que una civilización extraterrestre se expandiría casi tan rápido como sus naves pudieran viajar, Newman y Sagan analizaron una eventual colonización interestelar empleando un modelo más sofisticado, el que utilizan los biólogos para analizar la expansión de las poblaciones animales. Llegaron a la conclusión de que las tasas de expansión supuestas por Hart son muy poco realistas: la expansión sería mucho más lenta, por ejemplo, si las civilizaciones controlan sus tasas de crecimiento demográfico para evitar el colapso ecológico, si las colonias tienen una vida útil finita, y si las sociedades extraterrestres acaban superando las tendencias expansionistas. Para Newman y Sagan, la ausencia de extraterrestres en la Tierra no significa que no existan en otros lugares de la galaxia o que nunca lancen naves espaciales: significa que no se comportan de la manera que Hart esperaba. La historia de la galaxia no se puede predecir a partir de ecuaciones, por más que la psicohistoria de Isaac Asimov nos haya hecho apreciar la idea.
Un estudio publicado en 2019 postula y analiza una hipótesis similar a la de Sagan y Newman: la expansión de una civilización por la galaxia podría ser bastante lenta, porque sólo colonizaría los planetas más adecuados a su biología y no cualquiera que descubrieran, o porque el costo de semejante empresa podrían resultar exorbitante y sólo acometerse cuando la supervivencia de la civilización estuviera en grave riesgo,
Obviamente la discusión no termina ahí y nada indica, en el estado actual del conocimiento, que pueda terminar. En 1986 Tipler y John D. Barrow, asumiendo supuestos igualmente razonables pero mucho menos optimistas que los de grupo de Drake y Sagan, especularon que el número promedio de civilizaciones en una galaxia no es ni siquiera de una. En 2018 Anders Sandberg, Eric Drexler y Toby Ord reestimaron las incertidumbres de cada término de la ecuación de Drake, que hemos comprobado que fluctúan en enteros órdenes de magnitud. En lugar de una única estimación de la probabilidad de vida en nuestra galaxia, obtuvieron una distribución: descubrieron que existe una alta probabilidad de que estemos solos en nuestra galaxia, o incluso solos en todo el universo observable. Y esto nos lleva a las primeras respuestas a Fermi que consideraremos en este artículo.
NO HAY NADIE
La aparición de vida sería un fenómeno extraordinario, un milagro cósmico que se produjo una sola vez en 13700 millones de años, en uno de los planetas pequeños de una estrella ubicada más bien en los arrabales de una galaxia nada llamativa, la Tierra. Los descubrimientos de Copérnico, Galileo, Laplace, Darwin, Hubble, jalonaron en los últimos quinientos años un camino que iba alejando al ser humano del centro de la Creación al que se creía destinado por Dios ¡y entonces ahora la ciencia nos repondría allí, al descubrir que seríamos la única especie inteligente de todo el Universo! Por no hablar de que esa condición milagrosa de nuestra existencia casi exigiría una explicación metafísica. ¿La ciencia abriéndole una puerta a Dios después de habérsela cerrado ruidosamente? Charles Baudelaire bromeó alguna vez con que Dios era la única entidad que podía reinar sin necesidad de existir.
Otra implicancia extraordinaria de que no haya vida en ningún otro lugar del universo es que significaría que es nuestro: hasta donde alcanza la vista, literalmente, el universo estaría abierto a la voluntad de la especie humana, la única inteligencia que existe y que ha existido. Una empresa que debería acometerse con procedimientos bastante diferentes a los empleados hasta ahora en nuestro propio planeta: porque la vida sería, entonces, aún más preciosa que antes.
NO HAY NADIE CAPAZ DE CONTESTAR
Las condiciones para la aparición de vida parecen darse en incontables planetas en la Vía Láctea, pero la evolución de la inteligencia es otra cuestión. De hecho, durante la mayor parte de la historia de la Tierra, el ser más avanzado que hubiera encontrado un eventual visitante alienígena hubiera sido un alga unicelular o una bacteria. Esta hipótesis sostiene que la evolución de la complejidad biológica requiere tantas circunstancias fortuitas que la aparición de formas de vida avanzadas podría ser improbable. Un solo ejemplo, muy popular: sin el impacto extraterrestre que causó la extinción de los dinosaurios hace 66 millones de años, difícilmente los seres humanos estaríamos aquí, discutiendo si Martin Scorsese está equivocado en considerar que las películas de Marvel no son cine. Tal vez hoy habría en la Tierra una especie inteligente de saurios que adoraría a unas adorablemente peludas mascotas mamíferas, al menos a aquellas a las que no destinara a convertirse en su alimento. O ninguna, quién sabe.
NO HAY NADIE CAPAZ DE DISEÑAR, PRODUCIR NI ATENDER EL TELÉFONO CÓSMICO
Es posible que, si bien existan especies alienígenas con inteligencia, éstas sean primitivas o no hayan alcanzado el nivel de avance tecnológico necesario para comunicarse: estas civilizaciones serían aún más difíciles de detectar. El astrobiólogo Charles Lineweaver recordó que "los delfines han tenido unos 20 millones de años para construir un radiotelescopio y no lo han hecho". Y la periodista especializada en temas científicos Rebecca Boyle señala que, de todas las especies que han evolucionado en la historia de la vida en el planeta Tierra, sólo una, la humana, ha llegado a apenas asomarse al espacio interestelar.
Los factores limitantes para el surgimiento de una civilización son incontables. Amedeo Balbi y Adam Frank proponen el concepto de "cuello de botella de oxígeno". La concentración actual de oxígeno atmosférico de la Tierra es de alrededor del 21%, pero ha sido mucho menor en el pasado y también podría serlo en muchos planetas. Si en uno de ellos hubiera un bajo nivel de oxígeno libre la vida sería posible pero la combustión no, con lo que no se podrían fundir metales o hacer funcionar un motor de explosión, y ni siquiera se podría encender fuego. Algo similar pasaría en planetas aún más ricos en agua que la propia Tierra pero en los que no hubiera tierras emergidas o sus océanos estuvieran bajo la superficie. Tal vez podríamos llegar a conversar acerca de la catástrofe de la existencia con sus fantásticos seres acuáticos si fuéramos capaces de llegar hasta su planeta, pero su existencia sería imposible de conocer fuera de él.
También podría suceder que en un planeta surgiera una civilización que nunca lograra trascender un nivel elemental. Después de todo, una sociedad asentada sobre la ciencia y la técnica estuvo cerca de nacer en el Mediterráneo Oriental hace algo más de dos mil años, en Alejandría, pero esa oportunidad se perdió, como luego se perdieron otras similares en China y en el mundo islámico.
NO HAY NADIE AHORA
La vida es frágil, la civilización también, y puede incluso desaparecer en una tirada de dados del Fullero Cósmico. Impactos de meteoritos, explosiones de supernovas cercanas, períodos extremos de actividad solar, erupciones volcánicas a escala gigantesca, han sido causa de extinciones masivas de especies en la Tierra. La vida a la larga se abrió paso, bien que a un precio extremo, pero para una civilización tecnológica esas catástrofes serían casi con certeza eventos apocalípticos. De esas criaturas tal vez nunca lleguemos a escuchar nada, ni siquiera sus gritos de horror.
Otra amenaza a una civilización tecnológica es bien conocida para nosotros, habitantes del siglo XXI: la posibilidad de que se destruya a sí misma. El progreso científico y técnico en la Tierra fue en gran medida resultado de la competencia por la dominación entre grupos humanos llamados naciones: claramente no es imposible que esa competencia se salga de control y acabe con la civilización, e incluso con la vida inteligente. La ciencia ficción ha desarrollado incontables veces ese peligro apocalíptico y otros: destrucción del ambiente, alteración del clima global, epidemias devastadoras, agotamiento de recursos imprescindibles, hasta exterminio accidental o intencional a manos de inteligencias artificiales. La interconexión creciente que produce la civilización puede hacer más vulnerable a la especie y no menos: por caso, ante una epidemia letal. Puede que la civilización tecnológica cause problemas para cuya solución la especie carezca de la inteligencia necesaria: sabemos que el cambio climático o la carrera armamentista son amenazas mortales, pero cualquier avance al respecto afectaría los equilibrios de poder y se ganaría opositores decididos. Y tal vez hoy sea tiempo de preguntarse si las redes sociales digitales no aumentan la entropía del sistema en vez de disminuirla.
HAY ALGUIEN PERO ESTÁ TOTALMENTE EN UNA
Estamos dando apenas los primeros pasos en los terrenos de la realidad virtual y de la inteligencia artificial. Hay afirmaciones hipotéticas, como casi todas en este informe, que lo son tanto que las formulo aquí sólo como preguntas: ¿podría una civilización avanzada encerrarse en un mundo virtual y desentenderse del mundo exterior? ¿Las inteligencias artificiales mostrarían el mismo interés por la expansión territorial que una especie biológica? ¿Una inteligencia artificial podría perdurar por sí sola, sin una relación simbiótica con la especie biológica que la creó? ¿Qué podemos saber de la psicología y el interés por otras civilizaciones de una eventual especie que hubiera alcanzado un carácter posbiológico? Difícilmente matchearíamos en el Tinder cósmico.
HAY ALGUIEN PERO NO SABEMOS COMUNICARNOS CON ¿ÉL? ¿ELLA? ¿ELLO? ¿ELLE? ¿ELLU?
La búsqueda de civilizaciones extraterrestres se ha orientado hacia la detección de señales de radio dirigidas a la Tierra en forma intencionada o involuntaria. Las ondas de radio son un medio de comunicación barato, cruzan el espacio interestelar a la velocidad de luz, y es muy posible que cualquier civilización alienígena conozca siquiera sus rudimentos: explorar emisiones naturales de ondas de radio de planetas, estrellas, galaxias y hasta el Big Bang es parte habitual de su estudio. El problema para que alguien nos detecte es que nuestra civilización comenzó a hacerse notar en el universo emitiendo ondas de radio inexplicables como fenómeno natural hace poco más de un siglo, por lo que no hay ninguna razón para que un planeta alrededor del Sol le llame la atención a eventuales civilizaciones establecidas mucho más allá de un radio de cien años luz. Además puede que la misma Tierra deje de hacerlo en no muchas décadas, al descubrirse e implementarse algún método de transmisión de datos más eficiente; de hecho, la fibra óptica comenzó a remplazar a la emisión de ondas electromagnéticas hace décadas. ¡En suma, tal vez estemos intentando escuchar a civilizaciones que ya no hacen ruido! Por lo demás, puede que nuestras presunciones acerca de frecuencias, tasas de transmisión de información o estrellas con planetas habitados por civilizaciones emisoras de señales de radio estén completamente equivocadas.
Puede que sea un gran error asumir que no hay barreras fisiológicas o tecnológicas a la comunicación con civilizaciones extraterrestres. Carl Sagan especuló con que una especie alienígena podría tener procesos intelectuales órdenes de magnitud más lentos o más rápidos que los de los humanos: uno de sus mensajes podría parecernos ruido de fondo aleatorio y pasar desapercibido. Para Arthur C. Clarke, "nuestra tecnología debe ser todavía ridículamente primitiva; bien podríamos ser como salvajes de la jungla que escuchan el sonido de los tam-tams, mientras el éter que los rodea transporta más palabras por segundo de las que podrían pronunciar en toda su vida".
HAY ALGUIEN PERO CUANDO LO SEPAMOS YA NO
El astrofísico alemán Sebastian von Hoerner estimó la vida media de una civilización tecnológica en 6500 años, y la distancia promedio entre civilizaciones de ese tipo en la Vía Láctea en unos mil años luz. Sus cálculos son infinitamente cuestionables, pero una conclusión salta a la vista: es posible que una de esas civilizaciones detecte a la otra, pero puede que ese diálogo cósmico no pase de un saludo. Entre una pregunta y su respuesta, una o las dos civilizaciones bien pueden haberse extinguido. Queda la posibilidad de que una civilización emita un mensaje sin aguardar respuesta, como una señal de radiofaro, y de hecho es lo que se hizo en 1974 desde el Observatorio de Arecibo, en Puerto Rico: la comunicación, cuyo diseño es muy ingenioso, se radió a las estrellas del Cúmulo de Hércules, del que nos separan unos 25100 años luz. Si alguien responde, habrá que esperan más de 50 mil años para saberlo: el eventual y acaso inexistente lector de estas líneas puede hacer su propia apuesta acerca de que esa situación efectivamente se verifique.
HAY ALGUIEN PERO MEJOR QUE NO LO HUBIERA
Una civilización avanzada podría considerar a las otras una amenaza real o potencial y tratarlas como tal, que es por cierto uno de los fundamentos históricos de la tan pacifista política exterior de Estados Unidos. Si la especie inteligente en cuestión es un superpredador, como es el caso de la humanidad, o a duras penas ha superado sus propias tendencias agresivas para alcanzar un equilibrio, esto parece aún más probable.
Incluso un contacto pacífico podría ser peligroso: un conocimiento alienígena mal comprendido bien podría destruir una sociedad involuntariamente. Así que es posible que una civilización avanzada decidiera pasar inadvertida, simplemente por temor a asustar a pares agresivos o paranoicos. Los conocedores de El problema de los tres cuerpos de Liu Cixin entenderán la cuestión de inmediato.
En esta respuesta a la pregunta de Enrico Fermi pesa mucho la tragedia de la historia humana, en la que la regla ha sido que el pueblo más poderoso sojuzgue o incluso extermine al más débil. Las epidemias que han arrasado sociedades enteras luego del contacto con pueblos que eran inmunes a ellas tal vez no sirvan como antecedente literal, porque sería muy improbable que un germen extraterrestre tuviera la capacidad de atacar cualquier biología terrestre, pero sí como antecedente en un sentido más general: no sabemos qué características de una civilización extraterrestre pudieran ser peligrosas de ser incorporadas a la nuestra.
HAY ALGUIEN PERO NOS MIRA COMO A LOS ANIMALES DEL ZOOLÓGICO
La muy seriamente llamada Hipótesis del Zoológico mantiene que existen civilizaciones muchísimo más avanzadas que la nuestra, pero que evitan intervenir en nuestros asuntos e incluso darse a conocer, al menos por ahora, y nos observan con la curiosidad con que nuestros entomólogos estudian los hormigueros o las colmenas de abejas. Otra hipótesis, aún más cercana a la ciencia ficción que ésta y más lejana a la ciencia, que no entiende de hipótesis que no se puedan testear mediante el experimento o la observación, es que vivimos en una realidad simulada, y los extraordinariamente hipotéticos seres que la crearon nos dejaron solos, sin otras civilizaciones a la vista. Son ideas tremendamente atractivas para el pensamiento lúdico o artístico pero tremendamente estériles para el científico: ¿cómo siquiera concebir modos de probarlas?
HAY ALGUIEN Y ESTÁ ACÁ AHORA MISMO ¡DATE VUELTA y VELO!
La creencia en objetos voladores de capacidades tecnológicas inexplicables fue postulada primero (cuándo no) por la ciencia ficción de comienzos del siglo XX, y al respecto sugiero el maravilloso libro de Pablo Capanna Conspiraciones: guía de delirios compartidos. La manipulación de esa creencia para encubrir avistamientos accidentales de prototipos de vehículos militares secretos norteamericanos es un hecho confirmado, así que por ese lado estamos prevenidos. De todos modos, nunca es una buena práctica cerrarse a la posibilidad de estar equivocados: de hecho, hay un pequeño número de observaciones de objetos voladores que resiste toda explicación, más aún porque involucra pilotos experimentados u observadores con formación científica. Como decía un célebre ilusionista argentino del siglo pasado, puede fallar.
NO ESTAMOS SOLOS PERO NO LE CAEMOS BIEN A NADIE
Para el final, la respuesta que más me gusta, la del cuarto episodio de la undécima temporada de la serie The X-Files, emitido en enero de 2018. En una de las últimas escenas del capítulo se postula a un esperpéntico dignatario extraterrestre advirtiendo a una embajada terráquea, en la que se destacan los protagonistas Fox Mulder y Dana Scully, que sus naves jamás retornarán a la Tierra porque es un planeta donde impera la mentira. El ET, tras desgranar palabra por palabra un discurso del presidente Donald Trump contra los inmigrantes ilegales, advierte además que las potencias extraterrestres construirán un muro alrededor de nuestro sistema solar para que los humanos no arruinemos su estilo de vida. Deduce Mulder: "no estamos solos en el Universo… pero no le agradamos a nadie”.
Lo tendríamos muy merecido.