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¿UN “GRAN PAÍS” O UN “PUEBLO FELIZ”?
I Dice Walter Benjamin, en “A propósito del Angelus Novus de Klee”: “hay un cuadro de [Paul] Klee (1920) que se titula Ángelus Novus. Se ve en él a un Ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava su mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la Historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas… Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso”. (Derecha, abajo: el cuadro mencionado. Fuente de la imagen aquí).
II El problema del atraso de una nación con respecto a la
modernidad capitalista se planteó muchas veces en muchos lugares del mundo, apenas
III En el principio, hubo una decisión puramente militar: la
misión principal de todo Virrey del Río de
Porque la apertura al libre comercio de los puertos de Montevideo y Buenos Aires en 1778 fortaleció en ambas ciudades, con el transcurso de las décadas, a una pequeña burguesía enriquecida con la importación y venta de artículos británicos y de esclavos africanos. (Claro que ninguna de las dos actividades comenzó en el Plata en 1778: las mismas se habían llevado a cabo, de forma casi siempre ilegal, por casi dos siglos). Es por esos puertos que comienza a penetrar por estas empobrecidas y casi deshabitadas tierras un nuevo modo de organización social y económica, entonces flamante y con todo el futuro por delante: el capitalismo.
Por esos mismos años se inicia el proceso revolucionario francés, que comienza con tímidas medidas reformistas en pos de una monarquía constitucional, continúa con la imposición de un igualitarismo totalitario y termina… en el imperialismo napoleónico. Los tiempos podían estar maduros para una modernización política que acabara con los vestigios del feudalismo y sancionara el surgimiento de la burguesía, pero no para una revolución social de raíz igualitaria: a los campesinos, a los obreros, a los mendigos, al populacho inculto y hambriento, una vez más les tocaba esperar.
El esquema de una revolución política exitosa y una revolución social abortada se repitió en América a partir de 1809-1810: en México, el ejército de desharrapados de los curas Hidalgo y Morelos fracasó donde luego triunfaría la revolución desde arriba de Iturbide. En los llanos venezolanos, las huestes mestizas y mulatas de Boves enfrentaron a Bolívar levantando, paradójicamente, la bandera de la adhesión a Fernando VII. En Chile, el proceso político tras la independencia quedó en manos de O’Higgins y la elite criolla, no en las de Manuel Rodríguez y los hermanos Carrera.
En el Río de
El colapso
del poder colonial a partir de 1809-1810 fue lo suficientemente rápido como
para impedir que surgiera un orden de recambio que fuera reconocido por todos.
En su lugar, se desató un muy prolongado conflicto civil cuyas causas económicas
discurrían en dos planos: uno, la pulseada acerca de la apertura al comercio
británico, favorecida por los intereses mercantiles y ganaderos de Buenos Aires y del Litoral desde Mayo de 1810 (y
aún desde antes) y resistida por los caudillos que lideraban a las comunidades
del interior profundo, que vivían de la fabricación artesanal de productos que
serían irremediablemente desplazados por ese comercio. Por el otro, el puerto
de Buenos Aires contra el resto del antiguo Virreinato, por la existencia o no
de otros puertos abiertos al comercio exterior y por la propiedad de las rentas
de
Y porque alguien tenía que pagar la cuenta de esa prosperidad.
IV “En un castellano arrevesado, el gringo [representante de los ferrocarriles británicos] me contó que estaban expulsando a los pobladores que vivían en aquellos campos para venderlos en grandes fracciones una vez que la línea hubiera llegado a Córdoba. Sería un negocio enorme – me decía – (…). Pero yo me quedé pensando en esos criollos que vivían allí desde tiempos inmemoriales, echados de su propio suelo. Supongo que era uno de los tantos precios que había que pagar al progreso. (…) para aquellos paisanos santafesinos y cordobeses el progreso tenía el oscuro rostro del desarraigo y la pobreza. Mala suerte para ellos. No sería yo quien llorara sobre su destino”. “Soy Roca”. Félix Luna. Debolsillo, 2005. Edición original por Editorial Sudamericana, 1989. Pág. 79.
V Hay en la blogósfera argentina una especie de oráculo de Delfos: Deshonestidad Intelectual, el rincón del querible Manolo Barge. El autor tiene una sintaxis particular, un estilo elíptico y un campo de referencias homérico: de Gramsci a “Casablanca” y de Lasalle al manga, y suele ser un analista político bastante más perspicaz que casi todas las firmas más prestigiosas de los grandes diarios argentinos. Vaya esto como recomendación al paso de visitar su blog, porque en realidad quería escribir acerca de otra cosa: de un comentario suyo en una entrada de 2007, que hablaba de los “nacionalismos que optan por un gran país con pueblos infelices” como los regímenes de Francisco Franco o Fidel Castro, así como de la preferencia de Manolo, y con él la de todo populismo, por “la otra vía nacionalista, un Pueblo Feliz, aunque sea en un pequeño país”. Y es así: la diferencia en el ideal, que a primera vista puede parecer sutil pero es en realidad profunda, explica bastante bien qué es lo que se estaba discutiendo en determinadas coyunturas de la historia.
Porque ¿qué era lo que anhelaban los unitarios, o sus sucesores los liberales porteños de las décadas de 1860 y 1870? ¿Un “gran país” o un “pueblo feliz”? ¿Qué buscaban cuando Sarmiento saludaba la ejecución del Chacho Peñaloza y el exterminio de las montoneras federales en nombre de la “pacificación”? ¿Qué ideal tenían en mente cuando mandaron al ejército argentino a despejar la pampa de mapuches? ¿En qué pensaban, en un “gran país” o en un “pueblo feliz”, cuando expulsaban a humildes moradores de sus tierras ancestrales para cedérselas a las concesiones ferroviarias británicas?
Es cierto que, desde la distancia que dan las décadas,
podemos saludar a la ocupación de la pampa y al tendido de las primeras vías
ferroviarias como grandes y aún necesarios hitos en la integración del país en
el que hoy vivimos, pero yo me quiero referir a otra cosa: a las tremendas y siempre denigradas luchas desatadas por el
sufrimiento que esas (y muchas otras) medidas modernizadoras infligieron al
pueblo argentino. Demasiadas veces en nuestra historia, tanto en el siglo
XIX como en el XX, la creación del “gran país” que soñaban nuestras clases
dirigentes requirió la imposición de siempre nuevos “últimos sacrificios”, en
especial a nuestros hermanos más débiles. En
ese sentido, nuestro liberalismo es indistinguible del estalinismo: medidas
draconianas como las citadas más arriba parecen salidas de una crónica de
Pero claro, Stalin era un monstruo, no un caballero de la
alta sociedad porteña, lector de
NOTAS
(1) Véase la novela y el filme “Il Gattopardo”, respectivamente del Príncipe de Lampedusa y de Luchino Visconti.
(2) “Two thousand years of economic statistics: world population, GDP, and PPP”, Alexander V. Avakov, Algora Publishing, Nueva York 2010.
(3) El reparto de tierras a los desposeídos no era una simple liberalidad demagógica. El Artículo 11 del Reglamento Provisorio de Tierras que Artigas dictó en 1815 preveía que cada beneficiado estaba obligado a levantar un rancho y dos corrales en el término de dos meses, los cuales eran extensibles a tres. A quien no cumpliese se le quitaría el terreno, que sería entregado a otro vecino más laborioso.
El sistema
de entregar tierras en forma gratuita a quien quisiera explotarlas dista de ser
un exotismo sudamericano. Dice Federico Bernal en “Otras leyes de tierras
revolucionarias. Los casos de los EE. UU. y Australia” (Infonews, 8 de enero de
2012) acerca del ejemplo norteamericano: "la Ley de Tierras, aprobada finalmente en 1862,
estipulaba que todo ciudadano o aspirante a ciudadano podría acceder a un
terreno de
OTRAS LECTURAS
"La Argentina del Centenario”. Roberto Cortes Conde. La Nación, jueves 31 de diciembre de 2009
“Historia económica del Río de
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