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LOS OTROS JAKE SULLY
Por estos días hace furor “Avatar”, filme de James Cameron que narra las aventuras de Jake Sully, un ex marine parapléjico, entre los nativos de
un extraño y paradisíaco planeta, Pandora, en el remoto año 2154. La historia
de un hombre blanco que se maravilla ante una sociedad primitiva, al extremo de
preferirla a la propia, es tan antigua como los primeros viajes exploradores
europeos por África y América hace unos 500 años, y tal vez más. Aquí nos
proponemos recordar a algunos Jake Sully reales, que cambiaron la supuesta civilización
europea por la no menos supuesta barbarie americana.
EN EL PRINCIPIO, FREUD Y ROUSSEAU
En el principio fue un hombre a caballo entre los siglos XIX y XX; al decir de Jorge Luis Borges, el viejo “hechicero vienés”. Hace unos ochenta años, Sigmund Freud publicó “El malestar en la cultura”, un librito de pocas páginas que explicaba el inevitable e irresoluble conflicto entre el individuo y la sociedad, entre las pulsiones vitales y el orden social. El paso de criatura a merced de la naturaleza (y como tal presa de las inclemencias climáticas, las fieras, las enfermedades, el hambre) a amo de la misma es el paso del individuo a la sociedad, pero este paso exige el sacrificio de los instintos libidinales o, en terminología menos deudora de la teología freudiana, la subordinación de los deseos individuales a la preservación del orden social.
Mapa Mercator de América, 1595 (fuente aquí) |
De allí la permanente tentación de “volver a la naturaleza”
que asalta al hombre civilizado; de allí la bienintencionada pero errónea
creencia de Jean-Jacques Rousseau (por cierto, perturbadoramente cercana al mito del Jardín del Edén) de
que el hombre primitivo era un “buen salvaje”
en estado de inocencia absoluta, luego corrompido por el progreso de la
civilización; de allí la forma idealizada y simplista con la que el siglo XVIII
acogió las fantásticas nuevas de reinos lejanos como el Imperio Chino o el ya
desaparecido Imperio Inca. (Al respecto, se recuerdan “La "Historia de
Planteado el marco
conceptual, pasemos ahora a ciertas circunstancias de época que también
tuvieron su peso. Muchos de los españoles que vinieron a probar suerte a
América eran castellanos de origen humilde o hijos ilegítimos de nobles, sin
derecho a herencias significativas, que buscaban en el Nuevo Continente
realizar el sueño de ascenso social y vida acomodada que era imposible en
España. Algunos (los menos) lo cumplieron; otros (los más) arañaron alguna
migaja del inmenso botín americano y murieron legándole a sus hijos criollos o
mestizos unas pocas posesiones y un trauma edípico.
Sin embargo, una pequeña minoría abjuró de ese sueño y se asimiló más o menos
voluntariamente a la sociedad menos compleja donde, según Ricardo Herren (1), solía haber "mayores posibilidades de satisfacciones
instintivas, una menor y menos estricta regulación de la vida social, una vida
comunitaria en la que la cooperación quedaba muy encima del individualismo
competitivo y la estructura de clases no estaba reglamentada por normas
estratificadas casi insalvables, como en la sociedad europea". Agrega
el autor que los pueblos originarios gozaban de una sexualidad más libre (eran
habituales la poligamia y el repudio de esposas sin mucho trámite, además de
los ritos orgiásticos con drogas y alcohol) y un total "falta de
compulsión al trabajo de los hombres en sociedades que se conformaban con
producir sólo a niveles de subsistencia y practicaban una dulce molicie".
Herren completa su valioso análisis haciendo una lectura psicologista de una realidad social que, por una vez,
parece del todo adecuada: afirma que, en varios casos, la ruptura con la
civilización europea se produjo como expresión de una crisis personal de larga
data y que, nada casualmente entonces, la integración en las sociedades
primitivas estuvo a menudo vinculada “al magnetismo que ejercen figuras
femeninas protectoras, dadoras de afecto y devoción, pasivas y obedientes, símbolos maternos que confieren arraigo y
dan perspectiva de futuro a través del proyecto a realizar, que son los
hijos en común".
Hecha la necesaria
presentación, pasemos ahora a ocuparnos de algunos destinos individuales.
EL AZOTE DE YUCATÁN
Gonzalo Guerrero (a veces
llamado por las fuentes originales Gonzalo de Aroca o Gonzalo de Aroza) nació
hacia 1470 en Andalucía. Como soldado, había peleado contra los moros en
Granada y contra los franceses en Italia, y hacia 1510 sintió la tentación de
probar suerte en las Indias. En agosto de 1511, su barco naufragó en las
proximidades de Jamaica. Los veinte sobrevivientes se amontonaron en un bote a
remo, que derivó hacia el oeste y terminó tocando tierra en Yucatán: para ese
entonces, doce habían sucumbido a la fiebre, la sed y el hambre, salvando a sus
compañeros de una muerte segura gracias a… la práctica del canibalismo.
En Yucatán los recibió una
tribu maya, los Cocomes. Hubo un breve
enfrentamiento, como resultado del cual los Cocomes sacrificaron a cuatro de los españoles y se los comieron. El resto salvó su
vida porque estaban demasiado flacos, por lo que sus captores los encerraron en
una jaula y se dedicaron pacientemente a engordarlos. Los cuatro alcanzaron a
escapar, para terminar cayendo en las manos de otra tribu maya, los Tuxul Xiúes, enemigos de los Cocomes. Por cierto, la enemistad no implicó que se les
diera un tratamiento diferente: fueron destinados al servicio del sacerdote Teohom en calidad de esclavos. Pronto quedaron vivos sólo
Guerrero y el clérigo Jerónimo de
Aguilar, gracias a quien conocemos esta tremenda historia. Pero mientras
Aguilar sólo pensaba en volver a España y en evitar las tentaciones de la carne
(2), su compañero de desventuras se fue adaptando poco a poco
a la cultura maya.
Tras notar las dotes de soldado de Guerrero, el
cacique Taxmar lo reclamó para sí: Guerrero se había
destacado al enseñar a los mayas las formaciones y tácticas de los ejércitos
españoles, que les sirvieron para derrotar a los Cocomes.
Cuando Taxmar realizó un pacto con el jefe Na Chan Can, de los cheles de Ichpaatún, le regaló a
Gonzalo Guerrero, lo que era una muestra de gran aprecio. Éste entró al
servicio del caudillo militar Balam, con quien pronto
se entendió muy bien. Cuando un día Balam fue atacado
por un caimán, Guerrero lo salvó: en agradecimiento, le fue otorgada la
libertad. El español ascendió pronto a líder militar y se relacionó
familiarmente con la nobleza de su pueblo, al casarse con la princesa Zazil Há. Con ella tuvo tres
hijos: la cultura de México los recuerda como los primeros mexicanos (3).
Cuando Cortés desembarcó en Yucatán en 1519, tuvo
noticias de ambos españoles y mandó buscarlos. Aguilar se marchó enfervorizado;
Guerrero prefirió quedarse con su mujer y sus hijos. No sería la última
vez que tendría oportunidad de cruzarse
con sus antiguos compatriotas: en 1527, los españoles intentaron conquistar
Yucatán. La capacidad guerrera de los mayas llamó la atención de los invasores:
a diferencia de otros pueblos, los mayas de esa región no temían ni a los
caballos ni a los arcabuces, o abandonaban sus ciudades y se internaban en la
selva cuando se veían superados.
Guerrero murió, ya anciano, el 13 de agosto de 1536,
liderando a sus hombres y a los de su aliado Çiçumba,
cacique de Ticamaya, contra las fuerzas del capitán
Lorenzo de Godoy. Los españoles lanzaron su cuerpo al río Ulúa,
para que el océano lo devolviese a su tierra natal.
UN ANÓNIMO MORISCO
Era un día de 1544 cuando
los colonizadores españoles de
Los Silva eran tres
hermanos, tres perfectos bandidos que habían sido ejecutados en 1530 por el
comendador Diego de Ordaz, acusados de una serie de delitos que iban desde el
cuatrerismo a la piratería. Muertos sus amos, el morisco prefirió irse con los
arahuacos a seguir siendo esclavo de los españoles. Nada se supo de él hasta
aquel día de 1544.
Entonces contó que entre los
arahuacos no sólo era libre, sino que era adorado como un dios: se le había
permitido casarse con siete u ocho princesas indígenas, y era transportado en
hombros. Además, fuera por suerte o porque era un hombre verdaderamente astuto,
los arahuacos jamás habían perdido una batalla contra los temibles caníbales
caribes mientras él era su líder, y se negaban a dejarlo con los españoles:
sólo aceptaron cuando permitió que, además, se quedaran algunos de ellos como
sus sirvientes.
Cuando, cuatro meses
después, la isla sufría una gran sequía y los conquistadores estuvieron a punto
de morir de hambre, el morisco envió dos expediciones para socorrerlos con pan
de mandioca. Después de ese día, nada se supo de él.
En la noche del 10 al 11 de setiembre de 1541, Santiago de Chile fue destruida por un ataque de los mapuches. Los
españoles, que ya eran pocos, quedaron reducidos a un puñado; los alimentos
escaseaban; el barco que habían construido había sido incendiado en otro
ataque. Puesto en la necesidad de requerir refuerzos, Pedro de Valdivia
comisionó al capitán Alonso de Monroy y a cinco
soldados a la temeraria empresa de alcanzar la remota Lima a caballo; para
disimular el misérrimo estado de la nueva colonia y atraer espíritus
aventureros, Valdivia ordenó que Monroy viajara con
estribos, vajilla y empuñaduras de espada hechas de oro.
Unas semanas después de partir, Monroy encontró en la zona de la actual Copiapó a Francisco de Gasco,
un castellano a quien Pizarro había mandado cortar las orejas por ladrón y
tramposo en el juego. Gasco se había escapado con los
indios, quienes lo apreciaban como a un buen soldado; él, por su parte, se
sentía tan cómodo que se había fugado de una partida exploratoria encabezada
por Diego de Almagro que, tras encontrarlo por azar, pretendió devolverlo a la
fuerza a Lima, suponiendo que era indigno de un español vivir entre indios, así
ese español fuera un sinvergüenza.
Una noche se produjo una pelea, como consecuencia de
la cual fueron asesinados cuatro españoles, mientras Monroy y el capitán Pedro de Miranda lograron huir. Al poco tiempo fueron
recapturados: desconocían el terreno, habían agotado a sus cabalgaduras y
desfallecían de hambre y sed. Gasco los recibió con
una filípica, y les ordenó que se postraran y besaran los pies del cacique Andequin. Éste, por su parte, los saludó con un discurso
que permite vislumbrar la opinión que los aborígenes tenían de los invasores
europeos: "bellacos, ladrones, mentirosos y vagabundos, que no tenían
otro oficio sino andar robando por tierras ajenas, inquietando a los moradores,
tomándoles no sólo las haciendas, sino también las mujeres, llevándolos a ellos
y a sus hijos presos a otras tierras".
La esposa del cacique intercedió por ellos, y logró
que fueran liberados. Monroy se ganó la confianza de
los indios enseñándoles a montar a caballo; Miranda, deleitándolos con su
flauta. Una noche, aprovechando una borrachera generalizada, ambos soldados
lograron huir, llevándose a Gasco como guía.
La travesía del desierto de Atacama fue
extraordinariamente difícil: el cronista Pedro Mariño de Lobera escribió que se
guiaban siguiendo el rastro dejado por los cadáveres que encontraban, los que,
en ese desierto árido, permanecían virtualmente momificados al aire libre
durante décadas. Tan pronto entraron en Perú, Gasco logró fugarse y volvió hacia el sur.
HISTORIA DE UN APÓSTATA
El dominico Juan Barba llegó a Chile con la expedición
de Joaquín de Orellana, a fines del siglo XVI. Vale
la pena citar su caso (del que no se conoce mucho) por una circunstancia
llamativa: perdió la fe, y predicó entre los aborígenes el rechazo a
Su aventura fue el tema de una novela, “Butamalón”,
de Eduardo Labarca, publicada en Chile en 1996.
HISTORIA DEL ESPAÑOL QUE FUE ESCLAVIZADO POR CREERLO MAPUCHE
Un hijo del famoso soldado de la conquista de Chile,
Juan García Tenorio, cuyo nombre no se conservó, fue capturado por los mapuches
y se vio obligado a permanecer como cautivo durante dos años. Un día escapó y
volvió a la civilización, pero entonces se vio envuelto en un problema
singular: vestía como un indio (debido a que había perdido sus ropas, pero
también debido a que no deseaba ser reincorporado al ejército) y parecía uno de
ellos, por lo que fue obligado a servir
como si lo fuera. Ni siquiera sirvió que presentara testigos que dieran fe de
su sangre española. Terminó haciendo lo que cualquier haría en su lugar:
escaparse y retornar entre los mapuches.
LOS ESPAÑOLES QUE FRANCISCO NÚÑEZ DE PINEDA VIO ENTRE
LOS MAPUCHES
Otro hombre de ascendencia europea que vivió entre los
mapuches de Chile fue este culto militar criollo, nacido en Chillán en 1607,
quien escribiera en su vejez, hacia 1673, unas memorias tituladas
"Cautiverio feliz y razón de las guerras dilatadas de Chile". Fueron publicadas recién en 1863 y reeditadas muy ocasionalmente: tal vez porque son un alegato
contra la explotación de los pueblos originarios y la crueldad de la conquista.
En 1629, Núñez fue herido en un combate contra los mapuches en Las Cangrejeras, cerca del río Bío Bío, y tomado prisionero por el cacique Maulicán, quien lo llamaba “Pichi Álvaro” (“pequeño Álvaro”): Francisco era hijo de Álvaro Núñez de Pineda, principal jefe militar de la frontera.
“Cautiverio…” nos presenta unas tolderías en las que
ya no llamaba la atención que hubiera españoles viviendo entre los mapuches:
tan grande era su número. Los nuevos llegados valoraban especialmente la
estructura social poco jerárquica, la vocación por el trabajo comunitario, la solidaridad,
la ausencia de prejuicios y el abundante tiempo libre.
Por el contrario, los mapuches no se hacían ilusiones
con sus vecinos venidos de allende los mares: el cacique Quilalebó,
recordándole a Núñez el cruel destino
que le esperaba a los miembros de su pueblo que eran capturados por los
españoles, le hizo notar que "pese a tener estos ejemplos no hemos
querido imitarlos en esto por parecernos crueldad terrible y no digna de pechos
generosos ni de valientes soldados”.
Continúa Quilalebó,
siempre según el posterior relato de Núñez: “nosotros ¿qué es lo que
hacemos? Defender nuestras tierras, nuestra amada libertad, nuestros hijos y
mujeres, pues ¿no es peor sujetarnos
a padecer las desdichas, miserias, vejaciones y agravios que en otra ocasión os
he explicado que padecíamos? ¿No está mejor morir en la lucha que volver a
experimentar nuevos tormentos y trabajos de la manera que los padecieron
nuestros antepasados? Que los tenemos tan en la memoria que es imposible
que la tierra vuelva a sujetarse a los españoles y deje de haber guerra
perpetua e inacabable porque, aunque no quede más que un indio solo, éste ha de
andar con las armas en la mano y perecer con ellas antes que vivir
sujeto".
Núñez apunta además que a los mapuches les encantaban
los banquetes (donde se bebía chicha de maíz, o de manzana, o de frutillas),
además de charlar, bailar o simplemente estar junto al fuego. Sólo le
disgustaba una costumbre (lo que revela la educación jesuítica del cronista):
la extrema liberalidad sexual. También le desagradaba inicialmente algo que
después supo apreciar y adoptó como costumbre: gracias a los mapuches, Núñez
conoció las ventajas del baño diario matinal.
Luego de permanecer seis meses en esta extraña (por lo
deleitable) condición de prisionero, Núñez fue llevado a un fuerte español para
ser canjeado. Allí el joven tuvo un último gesto para con los captores que lo
habían tratado tan bien: los invitó a comer. Pero ya no se sentó con ellos:
había vuelto a ser un militar al servicio del Rey de España, y no podía
compartir una mesa con gentes consideradas “bárbaras”...
EL “INCA” ANDALUZ
Para el final, dejamos un caso que sucedió en el
actual territorio argentino: el de un farsante que se hizo pasar por Inca.
Había nacido Pedro Chamijo en Andalucía, en 1602,
posiblemente de familia morisca, y era un mitómano y ladrón, dotado de esa
picardía para salir del paso huyendo hacia adelante que los distraídos suelen
confundir con inteligencia.
Tras varias estafas de pequeña monta, Chamijo había ido a parar a la cárcel de
Tras dos años de fuga volvió a Lima, pero esta vez
parece que comenzaba a creerse sus propios delirios, porque se comprometió ante
el Virrey a entrar en el Paititi al mando de una
expedición de 40 soldados. Tras pasar varias semanas vagando de un lado al otro
y dando toda la impresión de estar perdido, los soldados se amotinaron y lo
hicieron volver. El Virrey lo envió desterrado a Valdivia, en Chile, y dio
órdenes al gobernador de vigilarlo de cerca. Pero Chamijo se escapó otra vez y decidió probar suerte del otro lado de la cordillera de
los Andes, la que cruzó guiado por una mestiza a la que había seducido.
A mediados de 1656 apareció entre los aborígenes de
los Valles Calchaquíes, haciéndose pasar por un tal Huallpa Inca, heredero del trono inca, y afirmando que estaba dispuesto a liderar la
lucha de los naturales de la región para liberarse de los conquistadores. Los
desventurados calchaquíes, hartos de la opresión española, terminaron
creyéndole y lo aceptaron como su rey, dotándole además de un harén de quince
concubinas reales. Pero la ambición de Chamijo ya le
estaba reclamando algo más que reinar sobre unas tribus de un rincón perdido de
América, y entonces fue a visitar a los jesuitas de la reducción de Santa María
de los Ángeles de Yocavil, y les dijo que quería
llevar a los indios al catolicismo, además de rescatar para España el tesoro
perdido de los soberanos incas, y pidió su intervención ante el gobernador del
Tucumán, Alonso Mercado y Villacorta.
El 30 de julio de 1657, Chamijo se encontró con el gobernador en la villa catamarqueña de Londres. Se celebró
una fiesta que duró varios días, al finalizar la cual Chamijo fue sorprendentemente autorizado a emplear el título de Inca y los cargos de
teniente de gobernador, justicia mayor y capitán de guerra de los Valles
Calchaquíes. Pero las autoridades virreinales de Lima, que habían recibido los
confiados partes del gobernador Mercado, se alarmaron por las posibles y
peligrosas derivaciones de la situación en el propio Perú y ordenaron que Chamijo fuera inmediatamente detenido y remitido a
Cierto es que, de modo muy característico en él,
intentó negociar con el Presidente de
La campaña de represión de los calchaquíes fue muy
dura, porque Chamijo había enseñado a los nativos a
construir unos toscos pero efectivos cañones de madera y a emplear armas de
fuego: la sublevación de estos valientes pueblos sólo fue controlada en 1664.
Una de sus tribus, la de los quilmes, fue desterrada
al Río de
Creo que los lectores de Jorge Luis Borges encontrarán, en esta historia, algún paralelo con la de “El atroz
redentor Lazarus Morell” de
la “Historia universal de la infamia”.
NOTAS
(1) “Indios carapálidas”.
Ricardo Herren, Editorial Planeta, Buenos Aires 1992.
(2) O al menos eso es lo que afirma su
relato: de hecho, el sacerdote moriría… de sífilis. Aguilar fue luego, junto
con Malinche, uno de los lenguaraces de Hernán Cortés
durante su campaña de México.
(3) Era tal su aculturación, que su
hija mayor, Ixmo, fue ofrecida en sacrificio en la
pirámide de Chichén Itzá,
en ocasión de una tremenda plaga de langostas. Cabe aclarar que este terrible
destino era, en la cultura maya, uno de los máximos honores a los que podía
aspirar una persona.
P.S.: Una
crítica ideológica nada complaciente de “Avatar” puede leerse en la nota “The Messiah Complex”,
escrita por el columnista conservador David Brooks y
publicada en el New York Times el pasado 7 de enero. Algunas de sus ideas: el filme “descansa en el
estereotipo de que los blancos son racionalistas y tecnocráticos,
mientras que las víctimas [de sus guerras] coloniales son espirituales y
atléticas. Descansa en la asunción de que los que no son blancos necesitan un
Mesías Blanco para que lidere su cruzada. Descansa en la asunción de que el
analfabetismo es el camino de la gracia. También crea una suerte de
imperialismo cultural de doble filo: la historia de los nativos puede ser
modelada por imperialistas crueles o por otros benévolos, pero de cualquier
manera, siempre serán actores de reparto en nuestro camino de autoadmiración”.
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