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AUTOBIOGRAFÍA POLÍTICA
O, en este mes de elecciones presidenciales, una historia de mis opiniones políticas y sus circunstancias, con algo de mea culpa. A algunos dinosaurios como yo tal vez le traiga recuerdos, o reflexiones. No creo que nadie se sienta totalmente identificado, pero sí creo que a muchos les brotará alguna sonrisa de reconocimiento... o de burla, ante la cantidad de errores que he cometido en algo más de 40 años. En todo caso, allá vamos.
1969 Nazco en el seno de una familia radical y antiperonista de clase media de una ciudad pequeña del interior de la provincia de Buenos Aires, lo cual marca límites muy precisos y muy estrechos a mi primera concepción del mundo. Como en esa época era la norma, el radicalismo antiperonista de mi familia es apenas un eufemismo del apoyo a cualquier uniformado que imponga "orden": del origen yrigoyenista del radicalismo sólo quedan algunos ocasionales arrestos retóricos nacionalistas, por lo general penosos.
Circa 1977 Empiezo tímidamente a espiar los diarios, primero la parte deportiva y luego las tapas. También las revistas populares de la época. El diario que compraban en mi casa, La Razón, es uno de los que se adueña de Papel Prensa, y su posición política es de apoyo total a la dictadura. En mi familia creen que el país va por buen camino, La Razón dice lo mismo, la Gente de Chiche Gelblung y La Semana de Jorge Fontevecchia dicen lo mismo, El Gráfico dice lo mismo, las propagandas del gobierno por TV dicen lo mismo ¿cómo dudar?
Circa 1981-82 En mi casa comienzan a comprar la revista satírica Hum®, en la cual, al principio y para evadir la censura, apenas había apuntes políticos: los principales blancos de sus dardos eran entonces figuras del deporte o el espectáculo, digamos Carlos Reutemann o Moria Casán. El progresivo derrumbe de la dictadura va abriendo espacio a mayores críticas, las que se hacen furiosas tras la debacle de la Guerra de las Malvinas. ¿Entonces, los "buenos" de antes eran en realidad los "malos", y viceversa? Hasta ahí llega mi entendimiento en aquellos años.
1983 El candidato radical a las elecciones presidenciales, Raúl Alfonsín, encolumna detrás de sí a casi todo el viejo antiperonismo, pero también a un enorme sector de la población con ideas mucho más democráticas y progresistas, y que no rechaza al peronismo por mero clasismo o racismo, sino porque está aterrorizado de volver a ver en el poder a los protagonistas del desastre de 1974-76. Influido por mis lecturas de la citada Hum® (que era desembozadamente alfonsinista) me alegro de la victoria del candidato de la UCR.
Algunas marcas de esa temprana adhesión al radicalismo alfonsinista persisten en mí: la idea de que la economía debería estar al servicio del pueblo y no al revés, la necesidad de una política nacional independiente de los intereses de las grandes potencias, una postura muy liberal en cuanto a las acciones privadas de las personas, una gran incomodidad para defender a un gobierno que incluya en su seno a personajes corruptos, una tendencia a preferir los acuerdos entre partidos políticos por sobre la simple imposición de la mayoría legislativa, un rechazo al conflicto innecesario y destemplado, y cierta oscura sensación de que las primaveras sociales no duran demasiado, lo que a veces puede degenerar en derrotismo. Esta última, la herencia alfonsinista que menos hubiera preferido conservar.
1985 Participo en una agrupación secundaria radical y reparto boletas de la UCR para las elecciones legislativas del año. Entre los Juicios a las Juntas Militares y el breve respiro que el Plan Austral brinda en aquellos años de inflación anual de tres dígitos (!), no parece tan mala idea haberse encolumnado detrás de Alfonsín.
1986 Tras una olvidable discusión acerca del preciso nombre de la agrupación estudiantil que integro, reflejo de la más pura y onanista compulsión radical por la competencia interna, empiezo a desconfiar de la militancia en la UCR y a anteponerle el rock, la ciencia ficción y la compañía femenina. Tocar en la guitarra alguna canción del primer disco de Los Redonditos de Ricota (digamos "Barbazul versus el amor letal") me permite integrar esos tres gustos en uno.
1987 Este año, Alfonsín es una máquina de transar: con los peores burócratas de la CGT al poner de ministro de Trabajo al sindicalista Alderete, con el FMI a propósito de la deuda externa, con el poder económico a través de su hipóstasis llamada "los capitanes de la industria", con las Fuerzas Armadas tras la sublevación de Semana Santa. Este último caso es un punto de no retorno: en vez de imponer la legítima autoridad presidencial apoyándose en los millones de personas que salieron a las calles a defender la democracia, Alfonsín prefiere pactar casi de igual a igual con Aldo Rico en una oficina de Campo de Mayo. Ése será el signo de los tiempos por lo que queda del siglo y un poco más: la política es algo que sucede entre cuatro paredes, a espaldas de la ciudadanía.
El espíritu juvenil de aquellos años pasa por una especie de anarquismo antipolítico y sumamente pesimista: no por nada, en ese año, Fito Páez graba "Ciudad de pobres corazones" y Los Fabulosos Cadillacs, "Yo no me sentaría en tu mesa". José Pablo Feinmann casi me convierte en peronista desde las páginas de Hum®: sin embargo, la inercia del antiperonismo familiar me impide votar a Antonio Cafiero como gobernador de Buenos Aires, y termino sufragando en blanco.
La semana anterior a las elecciones, hago una pequeña encuesta entre mis familiares, amigos y conocidos para ver a quién vota cada uno. Casi todos, menos uno, prefieren al candidato radical, Juan Manuel Casella. Cafiero termina venciendo fácilmente, y yo aprendo algo acerca de las encuestas, de los microclimas y de la relación de mi entorno inmediato con el resto de la sociedad.
1988 Mi familia se somete voluntariamente y con placer a semanales sesiones de lavado de cerebro a cargo de los inefables Mariano Grondona y Bernardo Neustadt. Arrecia el culto al carapintadismo, a los "éxitos" del modelo chileno de Augusto Pinochet y a los verdaderos inventores de la telepolítica en el país: el clan Alsogaray y su blonda ladera Adelina Dalesio de Viola. Desespero de encontrar hablar de política en mi círculo inmediato, con unas muy escasas excepciones. Pierdo todo optimismo acerca de la situación del país por varios años.
1989 Elecciones presidenciales de mayo: voto en blanco, en disgusto con opciones como Carlos Menem, Eduardo Angeloz y Álvaro Alsogaray (¡notable legado del estruendoso fracaso del alfonsinismo, los candidatos competían por parecerse lo menos posible a Alfonsín!). Cierto, también estaba Guillermo Estévez Boero, unabuena persona pero, la verdad ¿cómo se puede ser estanciero y socialista? Cae el Muro de Berlín, caen los sandinistas en Nicaragua, la economía argentina se viene a pique... En un año desastroso para cualquier argentino progresista o nac&pop, Hum® pasa por una de sus mejores épocas. Pareciera que sólo el humor nos salvará: adopto definitivamente al humor como estrategia de defensa ante la aspereza de la realidad.
1990 Años de dudas: ¿y si todo aquello en lo que creo está equivocado? ¿No tendrán razón mis familiares, Menem, Neustadt, Bush? Cafiero llama a reformar la constitución provincial pero pierde el plebiscito en forma aplastante: éste es uno de los Annus Mirabilis de la antipolítica. Y es sólo el comienzo.
1991 Con la Guerra del Golfo, hasta me cuestiono si no será cierto que los Estados Unidos democráticos y capitalistas son una fuerza positiva en el mundo. (La duda me dura sólo unas semanas, hasta ver de qué son capaces en Irak). Contra mi voluntad, y empujado tanto por un resto de antiperonismo familiar como por la comprobación de los vientos que siembran alegremente Carlos Menem y Domingo Cavallo, voto al candidato radical a la gobernación de Buenos Aires, un buen hombre y un político serio como Juan Carlos Pugliese. Nueva derrota, esta vez a manos de Eduardo Duhalde.
1992 Apogeo del honestismo: a Noticias, la anecdótica Ferrari de Menem le motiva más críticas que la escandalosa privatización de YPF. Página/12 comienza a parecer una especie de gacetilla de novedades del fuero penal económico. Sus mejores firmas (Verbitsky, Pasquini Durán, Zlotogwiazda, Zaiat, Soriano, Wainfeld) dejan constancia del saqueo que se produce detrás de la fachada de la pizza con champán. La sensación de impotencia es todavía más poderosa que en medio de la hiperinflación de 1989.
1993 Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide alumbran al Frente Grande en las mesas de debate del programa de un Mariano Grondona a quien los excesos del menemismo han convertido en casi un socialdemócrata. Igual voto a los diputados de la UCR, que reciben una paliza electoral a manos de ¡Alberto Pierri!
Gano un buen sueldo en dólares: a lo mejor, efectivamente, el mundo moderno funciona así, y me pregunto si lo que hará falta en este país es simplemente un gobierno que no sea corrupto.
1994 Tras la enésima claudicación de Alfonsín, esta vez frente a las ansias reeleccionistas de Menem, desespero de la UCR y del PJ y voto la lista del Frente Grande en las elecciones de constituyentes. Al establecerse el régimen de capitalización de aportes jubilatorios, todos mis compañeros de trabajo adhieren a alguna AFJP. En una de las pocas decisiones políticas de esa década de la que hoy no me arrepiento, me niego a abandonar el sistema público, por solidaridad con los jubilados que cobran de dicha caja y por negativa a convalidar una estafa legalizada.
1995 Mientras compruebo con asombro que una parte de mi familia antiguamente radical elige votar a Menem, voto a la fórmula del FREPASO, Pilo Bordón - Chacho Álvarez.
1997 Me alegro de la conformación de la Alianza porque, sin la UCR, el FREPASO es poco más que un partido municipal de la Ciudad de Buenos Aires, y es casi imposible que pueda gobernar el país alguna vez. La victoria en las elecciones legislativas me levanta el ánimo: por primera vez en casi una década, encuentro algunos motivos para el optimismo.
1999 ¡Al fin voto a un candidato presidencial que termina ganando! ¡Y es un candidato que estudia gravar las utilidades extraordinarias de las empresas privatizadas! (Qué poco duró la ilusión. Ahora, con una mano en el corazón, entre nosotros, y visto a la distancia ¿no hubiera sido menos dañino para el país que Duhalde hubiera derrotado a De La Rúa?).
Mis resabios de antisindicalismo reciben una gran ayuda del gremio de la institución pública en la que trabajo, en el marco de la hoy felizmente olvidada figura legal de "pasantía": como están en contra de esos contratos ¡rechazan que la gestión efectivice a los pasantes a planta permanente! Increíble pero real: los superiores nos tenían que defender de los compañeros del sindicato...
2000 Entre la denuncia de sobornos a senadores, la renuncia del vicepresidente Chacho Álvarez y el perceptible fracaso de la política económica de De La Rúa, la alegría de 1999 se disipa rápidamente y deja lugar a la desesperanza, fortalecida a su vez por desventuras sentimentales. Comienzo el interminable trámite para obtener la ciudadanía italiana. Comienzo a evaluar la posibilidad de irme a España.
2001 Sigo por TV el tremendo discurso del ministro de Economía López Murphy y, antes de que termine, tengo mis conclusiones: su plan es inaplicable, su duración en el cargo se mide en horas, ya mismo debería salir a convertir mis ahorros en dólares si quiero salvarlos. Por una vez, no me equivoco. (Más detalles de cómo viví ese año, acá).
Participo de las marchas de protesta de la CTA que, en agosto, ya son casi todos los días. Jorge Lanata se ríe de los patacones bonaerenses (imagen) por TV: a la distancia, creo que al gobernador Rückauf deberíamos darle las gracias por esa idea. En las elecciones de octubre, mientras los medios del sistema como el programa "Después de hora" de Daniel Hadad fomentan el voto en blanco o el voto pretendidamente gracioso (¿se acuerdan de las fetas de salame o los dibujos de Clemente?) yo prefiero votar al ARI para diputados y al Polo Social para senadores. En diciembre, De La Rúa se despide en medio de un baño de sangre, Adolfo Rodríguez Saá nos hace comenzar una semana inolvidable con la declaración de moratoria de la deuda externa, y sobrevienen las fiestas de fin de año más tristes de las que tenga memoria, tal vez sólo comparables a las de 1989-90.
2002 Verano del '02, parafraseando a Los Piojos: momento de gloria de las ideas de John Holloway en Argentina. Más tarde comprenderé que su propio apellido ya advertía que, por un camino que no incluyera la obtención del poder, no podía esperarse gran cosa (hollow way, camino hueco). El fracaso del golpe contra Hugo Chávez en Venezuela me demuestra que estaba en un error con respecto a su Revolución Bolivariana: si las masas salieron a la calle a parar el golpe bendecido por Bush, Aznar y el poder económico trasnacional, Chávez no podía ser un charlatán. Al menos, sólo un charlatán.
Hay un candidato presidencial cuyos actos aparecen a cada rato en Crónica TV, dando toda la sensación de que compra los espacios. Se llama Néstor Kirchner, quiere ser presidente y a mí me da gracia: ¿y a vos quién te conoce, Pingüino?
2003 Ante un ARI de Elisa Carrió que cada vez me generaba más dudas, decido votar al candidato socialista y honesto luchador Alfredo Bravo, guardándome el voto a Kirchner para la eventual (y en definitiva innecesaria) segunda vuelta. Primeras (agradables) sorpresas: Kirchner no sólo no es el "chirolita" de Duhalde sino que descabeza a la repudiada Corte Suprema menemista, acomete contra las leyes de impunidad, aumenta salarios y jubilaciones, y se enfrenta al FMI.
2004 Julio Nudler es el primero en pinchar el globo del progresismo K, con una hoy olvidada nota que causó un escándalo dentro y fuera de Página/12. Vuelven las dudas, por más que el gobierno de Kirchner me parece lo más semejante a un buen gobierno que haya conocido.
2005 Kirchner rompe con Duhalde usando a viejos aliados de Duhalde. Me alegro del triunfo del gobierno en las elecciones legislativas de octubre, por más que no lo haya acompañado. (¿Voté a la inverosímil alianza del socialismo con el comunismo? La verdad, no recuerdo).
En noviembre, Cumbre de las Américas en Mar del Plata. Ya existía CINE BRAILLE, y hasta le dediqué una especie de diario. Aguardaba una reunión insustancial y puramente formal, y resulta que fue nada menos que la Cumbre en la que se enterró el ALCA... Continúo acumulando desaciertos.
Fines de 2006 Descubro los primeros blogs políticos, el de Artemio, el del Escriba y el de Manolo. Inolvidables discusiones con HAL______ en defensa de la conveniencia y del carácter "preideológico"del pago al FMI con las reservas del Banco Central: pensar que hoy estamos en la misma trinchera. Sort of.
2007 Estalla el caso Skanska, silenciado por Clarín, La Nación y Página/12 durante meses. Pronto se suma el caso de la bolsa de dinero encontrada en la oficina de la ministra Felisa Miceli. Mi ya mencionado atavismo alfonsinista para valorar la honestidad de un candidato por encima del proyecto que representa me lleva a votar parapresidente a Pino Solanas, y reservar mi voto a Cristina Fernández de Kirchner para una eventual (y en definitiva inexistente) segunda vuelta contra Elisa Carrió, ya en pleno viaje sin retorno al pantano de la "legitimidad segmentada". De todos modos, me alegro: el de Kirchner ha sido el mejor gobierno desde el retorno de la democracia en 1983, por delante del de Raúl Alfonsín. ¿El peor? El de De La Rúa, claro. El único presidente al que voté... Al menos hasta 2011.
2008 El año de la 125: la resolución original era un mamarracho, la política agropecuaria del gobierno era inexistente, pero ¡cómo podría estar del mismo lado que Mario Llambías sin abjurar de todo lo que he creído! (Bueno, unos cuantos progres y nac&pop estuvieron de ese lado...). Otro año en el que las malas nuevas de la política y la vida sentimental se refuerzan mutuamente, otro año más bien depresivo, otro año en el que me siento aislado entre familiares, amigos y compañeros de trabajo que adhieren a un antikirchnerismo furioso, rebosante de clasismo, racismo y ñoñería. Como a tantos, la derrota me acerca más al kirchnerismo.La eliminación del vergonzoso negocio de las AFJP es un motivo de alegría entre tantas malas noticias, a las que se suma una crisis internacional que, poco a poco, comienza a ser también nacional.
2009 Pongo a prueba los pronósticos económicos y políticos de La Nación, Crítica y Página/12: los agoreros de turno pierden por goleada, en especial los del diario de Jorge Lanata, por el cual pierdo todo respeto tras algunas maniobras lamentables.
Me sigue resultando difícil votar una lista en la que a Kirchner lo acompañen desde Daniel Scioli hasta barones del Conurbano, así que en las elecciones legislativas voto la papeleta de Martín Sabbatella. Sopresivamente, la derrota kirchnerista me duele más que si los hubiera votado. Empiezo a pensar en alternativas por si el kirchnerismo desaparece, y ninguna me entusiasma (¿Alfonsín - Binner? ¿Felipe Solá? ¿Pino Solanas?).
Me alegro, en los últimos meses del año, por victorias legislativas oficialistas (con apoyo de parte de la oposición) como la Ley de Comunicación Audiovisual o la Ley de Internas Abiertas, Simultáneas y Obligatorias, así como por la Asignación Universal por Hijo. Ya empiezo a preguntarme si el gobierno de Cristina no es mejor que el de Kirchner, aunque de un modo melancólico: aún veo al entonces remoto 2011 como el Año Cero del poskirchnerismo.
2010 Muere Néstor Kirchner y escribo esto que, leído hoy, me parece bastante balanceado, bastante cercano a lo que podríamos llamar "la verdad histórica". Ni sospechaba el rebote que se venía precisamente en esos días. Ya empezaba a madurar la idea de que, después de todo, si no había nadie a quien votar por fuera del kirchnerismo ¿qué excusa me quedaba para no votar al kirchnerismo?
2011 Vencer la inercia antiperonista de mi familia (a esta altura mía, bah) necesitó de vivir, probablemente, los dos mejores gobiernos argentinos en 50 o 60 años. En las internas abiertas de agosto, voto la lista de Sabbatella, con Cristina de presidenta. (Visto mi historial de desaciertos, empiezo a preguntarme si el lector no encontrará en mi afirmación un buen motivo para no votar a Cristina...). No, Scioli, no: usted siga participando. Al menos mientras su Policía Bonaerense siga haciendo una "administración neokeynesiana" del delito...
A comienzos de octubre, espero tranquilo las elecciones, en las que volveré a votar a Cristina, como manera de apoyar al mejor gobierno que he vivido, y como reconocimiento de que, si el año que viene vamos a enfrentar una crisis económica internacional como mi generación no ha conocido nunca, es preferible que ella esté a cargo de la presidencia, antes que cualquier otro. Habrá que estar preparado, entonces.
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