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En eso, el futuro
Apóstol sintió que le tocaban el hombro. Se dio vuelta, y entonces vio al
mozo junto a un individuo pelirrojo, ataviado con un kilt,
que sostenía en uno de sus brazos una gaita, y en el otro, una enorme barra
de hielo. Rechazó el escocés con hielo, y en cambio pidió un café.
En ese momento,
un anciano, de largos cabellos y barba blanca, le indicó que se sentase junto
a él. El anciano dijo que su nombre era Don Alberto, y agregó un apellido
centroeuropeo, que a Pepe le resultó ininteligible. Tenía un notorio acento
extranjero, e insistía cada dos por tres en sacar la lengua. "Has dicho que
Los Derviches Leninistas,
entretanto, proponían organizar una cena show
para juntar fondos, con el fin de financiar un viaje a San Petersburgo, donde
preveían volver a tomar el Palacio de Invierno. Los Clasistas Vudúes, por
su parte, apoyaban la moción de quemar un muñeco que representase al Tío Sam,
para debilitar la fuerza del gigante yanqui. Un sector sostenía que había
que tomar fábricas y escuelas para tomar conciencia. Era tal la batahola que
Pepe y el tal Don Alberto apenas podían entenderse.
El anciano, que estaba
algo achispado a causa de la ingestión de un licor espirituoso, tomó a Pepe
del brazo, e inclinándose hacia él, le susurró: "me gano la vida tocando
el violín en la calle. Una de las cuerdas de mi instrumento se ha cortado
¿Por azar, noble joven, no tendrás en tu poder un poco de maravilloso vil
metal con el que yo pueda comprar una cuerda nueva? A cambio, prometo develarte
el Secreto del Tiempo". - ¿El tiempo, que se estanca y se pudre, como las
aguas color de río del mismísimo Río Inmóvil? - respondió Pepe. Don Alberto
pareció irritarse.
- ¿Acaso no has notado, joven imberbe, que el
Mar Océano suele empujar río arriba las inmundas aguas que bañan estas playas?
Yo puedo enseñarte a retroceder en el tiempo.
Cuando la policía
llegó para poner fin a la áspera dialéctica de Clasistas Vudúes y Derviches
Leninistas, Pepe sacó fuerzas de flaquezas y se zambulló en el pasado vertiginoso,
con tanto ímpetu que retornó al momento en el que el sabio Heránides lo encomendaba
a la búsqueda del Nirvana.
(1) El lector puede saltear la lectura de este capítulo, a los efectos de un mayor disfrute de la obra.
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